El miedo al próximo invierno

Mientras que la mayoría de la población vacunada vive confiada en que ya estamos saliendo del bache gracias a la vacunación masiva, asimilando así el discurso oficial repetido por los vendidos al sistema, muchos de los que nos hemos negado a pasar por el aro tenemos el miedo metido en el cuerpo ante la llegada del frío; pero no por nosotros, sino por aquellos de nuestros seres queridos que, a pesar de nuestras advertencias, han acudido de cabeza a que les inyecten el tóxico experimental. Bien sea porque los efectos adversos de eso que llaman «vacunas» puedan verse propiciados por los enfriamientos, bien porque los sistemas inmunológicos deteriorados de las personas inoculadas no sean capaces de protegerlas de las enfermedades invernales, bien porque el encendido de las antenas 5G active el venenoso óxido de grafeno, lo cierto es que los pronósticos no son nada halagüeños. Dicen que las profecías nunca se cumplen, y pudiera ser que el hecho de convertirnos en agoreros de desgracias que al final no se cumplen nos haga caer en el descrédito, lo cual beneficiaría sobremanera a los instigadores de la plandemia y de la «nueva normalidad». Pero, por desgracia, ya se están cumpliendo. La gente ya está muriendo. En realidad, las víctimas de las vacunas contra la covid-19 empezaron a manifestarse desde el comienzo de la vacunación masiva, pero, en las últimas semanas, con buena parte de la población de los países occidentales ya inoculada, los fallecimientos repentinos se están multiplicando.

¿Qué podemos hacer? Ojalá que no tuviera nada que ver, ojalá que todo fuera una exageración, ojalá que todo fueran bulos, como dicen los «verificadores de la Verdad». Pero no, nosotros sabemos que tras la inducción a la vacunación masiva hay muy mala intención, y conocemos a personas que han sufrido problemas graves de salud tras haberse inyectado la ponzoña experimental, o que tal vez no hubieran muerto si no se hubieran pinchado. Y, mientras que los pinchados siguen alegres con su vida, viajando con su pasaporte y ajenos a la guerra en la que estamos inmersos, los resistentes, los oprimidos y apestados, nos preocupamos por ellos y por sus hijos, las verdaderas víctimas de todo esto. ¿Qué podemos hacer? ¡Si no nos quieren escuchar! ¡Les queremos salvar la vida, queremos salvarles la vida a sus hijos, y nos responden con desprecio, con ataques personales y a gritos! ¡Qué pesadilla! ¡Qué felices seríamos si viviéramos en la inopia, como ellos! ¡Qué impotencia! ¿Qué podemos hacer? Y encima, ahora nos amenazan con el desabastecimiento y la escasez, con la posibilidad de que nos vuelvan a confinar para que no empeoremos el «cambio climático» y, para colmo, con el tsunami de la isla de La Palma. ¡Y nos siguen fumigando!

Una amenaza tras otra, más miedo, y más miedo, y sigue, y sigue. Y yo, ¿qué puedo hacer?

Bueno, pues lo primero es no tener miedo. No, mejor dicho, lo primero es respirar bien y mantener una postura erguida, y después no tener miedo. No hay que tenerle miedo a la muerte, hay que aceptar que todos nos vamos a morir y que venimos a esta vida a aprender. Eso no significa que haya que dejar de luchar contra la injusticia y resignarse, o dejarles que sigan envenenándonos. Pero es que el miedo nos paraliza y nos hace enfermar. ¿Cuántos enfermos de covid grave enfermaron porque estaban aterrados? Hay que sustituir el miedo por la prudencia.

Lo segundo es cuidarnos mucho para contrarrestar los efectos de los tóxicos y las radiaciones con los que nos están atacando por múltiples frentes. Aprovechemos que nos hemos dado cuenta de que nos quieren enfermar y eliminar para tratarnos como oro en paño a nosotros mismos. Ante lo insoportable de esta situación, muchas personas optan por la vía rápida, por caer en el vicio que les sirve de evasión pero que a la larga les hace daño. Pues bien, en vez de hacernos daño, cuidémonos. Cambiemos de estrategia y mimemos al niño o a la niña que fuimos y que todos seguimos llevando dentro.

Por ejemplo, en La quinta columna descubrieron que distintas sustancias que han resultado ser útiles contra la enfermedad covid-19 también ayudan a nuestro organismo a generar glutatión, proteína que a su vez degrada el óxido de grafeno con el que están contaminando nuestros cuerpos a través de los alimentos, del agua, de los medicamentos y de las vacunas, lo cual refuerza la tesis de que las primeras muertes por covid en las residencias de ancianos se debieron a la vacuna de la gripe. Pues bien, investiguemos sobre el zinc, la vitamina C, la vitamina D, la N-acetilcisteína, etc., y propongamos su consumo a los vacunados a los que conocemos. Probablemente, les estaremos ayudando a salvar la vida.

También conviene mencionar aquí al ingeniero aeroespacial Juan Zaragoza, que está llevando a cabo una labor muy positiva a través de un espacio televisivo en el que anima a las personas a tomar el control de su salud mejorando sus hábitos de vida y reforzando su sistema inmunológico, especialmente de cara al próximo invierno. Aunque sus amenas explicaciones se basan en estudios científicos que dan por sentada la existencia del virus SARS-CoV-2, en su espacio también se habla del magnetismo y del grafeno, y se da la palabra a personas que han sufrido los efectos adversos de las llamadas «vacunas» contra la covid-19.

En tercer lugar, dicen que la verdadera revolución empieza por uno mismo. Además de cuidarnos, intentemos ser mejores personas. En una sociedad podrida, en la que tantos colaboran en el genocidio obedeciendo ciegamente los protocolos de la muerte, en la que tantos se venden por un puñado de euros, seamos nosotros los que opongamos resistencia al nuevo orden mundial con nuestra integridad y nuestra bondad, aunque nos convirtamos en seres marginales. No justifiquemos lo injustificable, seamos personas coherentes y prediquemos con el ejemplo, construyendo así una nueva realidad distinta de la que nos quieren imponer.

En cuarto lugar, estudiemos biología y derecho. Quién nos lo iba decir, a estas alturas, ¿verdad? Pues no nos queda otra. Tenemos que conocer las leyes que nos amparan para poder defendernos, y tenemos que aprender todo lo relativo a la salud y la enfermedad que los impulsores de la medicina oficial nos han arrebatado, como se explica en esta presentación de los hermanos Barea en Canal 5 TV:

En quinto lugar, hay que seguir informando a los demás, aunque ya estemos agotados ante su borreguismo suicida, aunque ya hayamos tirado la toalla ante su obcecada miopía. Sigamos intentándolo, porque la información les puede salvar la vida. Aunque después no nos den ni las gracias, tendremos la conciencia tranquila. Por ejemplo, podemos entregarles octavillas, o informes como el del doctor Pérez Olivero, o documentales breves, como los siguientes:

Los dibujos animados y las marionetas que captaron su atención cuando eran niños también podrían utilizarse para hacerles ver lo que no quieren ver, para sembrar en ellos la duda o para dejar patente, mediante la ironía, lo absurdos que son los argumentos que repiten como cotorras tras mamarlos de la televisión.

Por último, y esto es algo en lo que insisten los miembros del equipo de Canal 5 TV, no dejemos de vivir la vida. No nos encerremos, no nos aislemos, todo el día delante del ordenador o de la pantalla del teléfono. Tengamos en cuenta que las élites nos quieren aislados, deprimidos y aterrorizados. Salgamos y relacionémonos con los demás, creemos vínculos y no cejemos en el empeño de buscar el amor (por ejemplo, entre nuestros compañeros de lucha, en las manifestaciones, je, je). Y riámonos todo lo que podamos, que la risa mata el miedo y sube nuestras defensas.

En fin, es lo que nos ha tocado vivir. Mirémoslo por el lado bueno: gracias a esta guerra, muchos estamos abriendo los ojos ante realidades que se han mantenido ocultas para la mayoría de la humanidad durante mucho tiempo. Dicen que es un momento histórico: aprovechémoslo para dar lo mejor de cada uno de nosotros en aras del bien común.

Conrad R.

Fotografía: Josh Hild.

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