Sobre la necesidad de establecer nuevos criterios para el diagnóstico de la psicosis ante la existencia de una tecnología invasiva de la mente

A continuación publicamos la traducción al español de un artículo de Carole Smith cuya versión original en inglés se puede leer a través de los siguientes enlaces:

http://www.globalresearch.ca/on-the-need-for-new-criteria-of-diagnosis-of-psychosis-in-the-light-of-mind-invasive-technology/7123

PDF: SMITH (2003) PDF

Téngase siempre en cuenta que este trabajo fue escrito en 2003.

SOBRE LA NECESIDAD DE ESTABLECER NUEVOS CRITERIOS PARA EL DIAGNÓSTICO DE LA PSICOSIS ANTE LA EXISTENCIA DE UNA TECNOLOGÍA INVASIVA DE LA MENTE

Carole Smith

Global Research, 18 de Octubre de 2007

Revista de Estudios Psicosociales [Journal of Psycho-Social Studies], 2003.

18 de de octubre de 2007

Tema: Militarización y armas de destrucción masiva, ciencia y medicina

«Todavía no hemos comprendido que el resultado de la tecnología que se originó en los años de la carrera armamentística entre la Unión Soviética y Occidente se ha traducido en la utilización de la tecnología de los satélites no solo en los sistemas de vigilancia y de comunicación, sino también para seguir electrónicamente los movimientos de los seres humanos, manipulando las frecuencias cerebrales a través de rayos láser, rayos de partículas neurales, radiación electromagnética, ondas de sonar, radiación de radiofrecuencia (RFR), solitones, campos de torsión y por medio de estos o de otros campos energéticos que constituyen el área de estudio de la astrofísica. Dado que estas operaciones se llevan a cabo en secreto, parece inevitable que los procedimientos de los que sí sabemos algo, es decir, la explotación de la ionosfera, nuestro escudo natural, ya no estén actualizados ahora que empezamos a entender las consecuencias de su uso». [Fragmento]

A) Introducción

Para aquellos de nosotros que hemos estudiado al paciente desde un enfoque psicoanalítico que se caracterizaba por centrarse en dicho paciente y que admitía que el esfuerzo por comprender el mundo de la otra persona implicaba que el trato sería fundamentalmente de reciprocidad y confianza, los criterios para el diagnóstico de la personalidad esquizotípica, establecidos por la Asociación Americana de Psiquiatría, siempre fueron un motivo de alarma.

En la tercera edición (1987) del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales [Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM)] se establece que al menos tiene que haber cuatro de las características que se especifican para el diagnóstico de la esquizofrenia, y una selección autorizada de cuatro de ellas podría ser la siguiente: pensamiento mágico, telepatía o sexto sentido; contacto social limitado; lenguaje extraño, y sensibilidad excesiva a la crítica.

En 1994, el número requerido de características de clasificación se redujo a dos o más, entre las cuales estaban, por ejemplo, las alucinaciones y los síntomas «negativos» tales como la falta de expresividad emocional o el lenguaje desorganizado o incoherente, o bien se reducía a una sola si los delirios fueran disparatados o si la alucinación consistiera en una voz que comenta continuamente lo que la persona hace o piensa. La próxima edición del DSM no saldrá hasta el año 2010.

En lugar de un procedimiento de catalogación que conducía a la enajenación mental y con frecuencia a la detención, al internamiento en un psiquiátrico y a la medicación antipsicótica que altera la mente, muchos psicoanalistas y psicoterapeutas opinaban que incluso en los casos más graves de retraimiento esquizoide no sería una mala idea intentar restablecer la salud a través de la difícil tarea de desentrañar las experiencias sufridas con el fin de entender la enfermedad.

De este modo, el psicoanálisis ha sido, en su forma más radical, el crítico de una sociedad que no ha sabido emplear una empatía imaginativa a la hora de emitir un juicio sobre las personas. Los trabajos de Harry Stack Sullivan, Frieda Fromm-Reichmann, Harold Searles o RD Laing (todos ellos psiquiatras titulados y todos ellos rebeldes frente a los procedimientos convencionales) proponían una forma de trabajar con las personas muy diferente del modelo psiquiátrico, que parecía alentar a la sociedad a reprimir su enfermedad, metiendo a los portadores de la misma en un grupo claramente separado.

En cierta ocasión, un psiquiatra que trabajaba en un hospital me respondió en tono de broma, diciendo en parte la verdad, cuando hice un comentario acerca del número de bolsas de plástico que llevaban muchos de los pacientes medicados por todo el recinto del hospital, que allí evaluaban el progreso realizado por los pacientes teniendo en cuenta si se reducía o no el número de bolsas de plástico. Sin embargo, cuando alguien nos cuenta la historia de su vida, muy a menudo cuesta creer que el sufrimiento del «esquizofrénico» no se deba a que lo hayan convertido, consciente o inconscientemente, en el portador de los males de la familia al que se oculta cuidadosamente.

Para alguien que ha sentido que su mente se le trastornaba, el hecho de pasar por la situación de estrés que supone un reconocimiento psiquiátrico, incluso aunque el psiquiatra quede bien al trabajar con amabilidad, y la situación del procedimiento de evaluación en sí, todo esto puede ser «una manera eficaz de conseguir que alguien se vuelva loco, o más loco aún» (Laing, 1985, p. 17).

Pero si el hecho de explicar que uno tiene experiencias extrañas más o menos garantiza que a uno le cuelguen un nuevo sambenito o que lo lleven al psiquiátrico, existe un grupo de personas que tienen todavía más razones para indignarse por la manera en que se les realiza el diagnóstico. Una condena doblemente cruel se les está imponiendo a las personas que son víctimas del maltrato más espantoso a través de experimentos científicos y militares, y una sociedad totalmente reacia a comprenderlas se muestra indiferente a sus testimonios. Porque el desarrollo de una nueva clase de armamento hace que ahora sea posible introducirse en el cerebro, en la mente y en el cuerpo de otra persona por medios tecnológicos.

Esta tecnología, que utiliza la neurociencia como parte de la capacidad militar, es el resultado de décadas de investigación y experimentación, sobre todo en la Unión Soviética y en los Estados Unidos (Welsh, 1997, 2000).

Todavía no hemos comprendido que el resultado de la tecnología que se originó en los años de la carrera armamentística entre la Unión Soviética y Occidente se ha traducido en la utilización de la tecnología de los satélites no solo en los sistemas de vigilancia y de comunicación, sino también para seguir electrónicamente los movimientos de los seres humanos, manipulando las frecuencias cerebrales a través de rayos láser, rayos de partículas neurales, radiación electromagnética, ondas de sonar, radiación de radiofrecuencia (RFR), solitones, campos de torsión y por medio de estos o de otros campos energéticos que constituyen el área de estudio de la astrofísica. Dado que estas operaciones se llevan a cabo en secreto, parece inevitable que los procedimientos de los que sí sabemos algo, es decir, la explotación de la ionosfera, nuestro escudo natural, ya no estén actualizados ahora que empezamos a entender las consecuencias de su uso.

Las patentes derivadas del trabajo de Bernard J. Eastlund proporcionan la capacidad de emitir cantidades de energía que no tienen precedentes en lugares estratégicos de la atmósfera de la Tierra y de mantener el nivel de inyección de energía, sobre todo si se emplea la pulsación al azar, de una manera mucho más precisa y mejor controlada que la que se realizaba con la técnica anterior, que consistía en la detonación de dispositivos nucleares con distintos rendimientos y a diferentes altitudes (véase el High Frequency Active Auroral Research Project, HAARP [Programa de investigación de alta frecuencia auroral activa]).

En algunas patentes, que ahora son propiedad de la compañía Raytheon, se explica cómo provocar «explosiones de una envergadura semejante a la de las nucleares pero sin radiación» y se describen sistemas de rayos de energía, pulsos electromagnéticos y sistemas de detección más allá del horizonte.

Una aplicación más inquietante es el sistema desarrollado para manipular y alterar el funcionamiento de la mente humana por medio de pulsos de radiación de radiofrecuencia (RFR), y su utilización como una herramienta que permite provocar efectos negativos en la salud y en el pensamiento de los seres humanos. La víctima, el objetivo civil inocente, es objeto de seguimiento electrónico, y no le es posible escapar de la amenaza desplazándose. El rayo de energía se controla desde el espacio.

Dado que la instalación del HAARP es una tecnología militar, podría utilizarse para transmitir un control mental a escala mundial, como un sistema que permite manipular y alterar el funcionamiento de la mente humana utilizando radiofrecuencia (RFR) pulsada. Las superpoderosas ondas de radio son emitidas hacia la ionosfera, calentando esta zona y por ende haciendo que se eleve. Las ondas electromagnéticas rebotan hacia la Tierra y penetran en el tejido humano.

El Dr. Igor Smirnov, del Instituto de Psicocorrección de Moscú, afirmó lo siguiente: «Es fácilmente concebible que algún ‘Satanás’ de Rusia, o digamos iraní, o cualquier otro ‘Satanás’, siempre y cuando posea los medios y los fondos adecuados, pueda introducirse en todas las redes informáticas que podamos imaginar, en todas las emisiones de radio o de televisión que podamos imaginar, con una relativa facilidad desde el punto de vista de la tecnología, incluso sin desconectar los cables… e interceptar las ondas de radio en el éter y modular en ellas cualquier sugestión que podamos concebir. Por eso es por lo que hay razones para temer este tipo de tecnología» (documental de la televisión alemana, 1998).

Si antes nos preocupaban los criterios de diagnóstico que se imponían de acuerdo con la clasificación de los síntomas reconocibles, ahora tenemos motivos para someterlos a un escrutinio aún más severo.

A lo largo de las últimas décadas, el desarrollo de la carrera armamentística que se inició en la Guerra Fría ha incluido, como una categoría estratégica de enorme importancia, el armamento psicoelectrónico, cuyo principal objetivo es entrar en el cerebro y en la mente. Sin previo aviso, sin un debate previo y sin que admitan su existencia ni los científicos ni los gobiernos que los contratan, esta tecnología que permite penetrar en las mentes y controlarlas a distancia se ha desatado sobre nosotros.

Los únicos testigos que están hablando acerca de esta horrible tecnología y de sus espantosas consecuencias para el futuro son las propias víctimas, y aquellos que tienen el cometido de diagnosticar la enfermedad mental están tratando de silenciarlas clasificando sus testimonios y explicaciones como síntomas de esquizofrenia, mientras que quienes administran la mutilación psíquica y el dolor programado continúan con su trabajo, recibiendo ayuda y sin que nadie se les oponga.

Si siempre ha sido decisivo, bajo la amenaza de internamiento psiquiátrico, ocultar cuidadosamente síntomas como el habla confusa, la negatividad, la frialdad, la sospecha, los pensamientos extravagantes, el sexto sentido, la telepatía, las premoniciones y, sobre todo, la sensación de que «otros pueden sentir lo que yo siento», y de que «parece que alguien hace comentarios continuamente sobre mis pensamientos y sobre mi comportamiento», el hecho de comunicárselo a un psiquiatra, o en realidad a cualquier otra persona que no esté dispuesta a creer que existan cosas tales como el control mental, puede significar el fin del derecho a la propia cordura y probablemente el fin del derecho a la libertad.

Porque una de las características más destacadas del control de la mente es el comentario continuo, que reproduce con gran exactitud, y seguramente no sin intención, los síntomas de la esquizofrenia. Esta labor va destinada en parte a recordarle a la víctima que se encuentra constantemente bajo control o vigilancia. Los programas pueden variar, pero entre las formas de aviso más comunes se encuentran los pinchazos y estímulos electrónicos, los ruidos corporales, las punzadas y los calambres en todas las partes del cuerpo, el aumento de los latidos del corazón, y la aplicación de presión a los órganos internos, y todo esto acompañado de un sistema de comentarios sobre los pensamientos y los acontecimientos, codificado de manera personalizada y diseñado para crear estrés, pánico y desesperación. Y este es el control mental en su forma más benigna. Hay razones para temer el uso de rayos de energía con el fin de lanzar ataques letales sobre los seres humanos, ataques que se traducen en paros cardíacos y hemorragias cerebrales.

Es el secretismo de los gobiernos lo que ha hecho posible este espantoso panorama. Y ha habido voces que nos han advertido: «… El sistema del secretismo gubernamental en su conjunto es uno de los legados más venenosos de la Guerra Fría… Las actividades secretas de la Guerra Fría (que) también autorizaban el engaño activo [la inducción a error de manera intencionada]… Un manual de seguridad para los programas de acceso especiales que autorizaba a los contratistas a emplear historias que sirvieran de tapadera para disimular sus actividades. La única condición era que las historias falsas debían ser creíbles» (Aftergood y Rosenberg, 1994; Bulletin of Atomic Scientist [Boletín del científico atómico]). La paranoia ha sido asistida e instigada por los servicios de inteligencia de los gobiernos.

En el Reino Unido, las murallas contra cualquier atisbo perturbador de que alguien pueda llegar a tener conciencia de tales atropellos reales o potenciales contra los derechos humanos o de abusos a nivel político y a nivel social parecen estar hechas de hormigón. Acabada con almenas, murallas y parapetos, la fortaleza de la ignorancia impera. Tomemos prestado el reciente comentario de su majestad la Reina: «Hay fuerzas que actúan y de las que no somos conscientes». No se puede decir que los servicios de inteligencia británicos no estén implicados en este asunto, ya que resulta bastante inverosímil que la existencia de esta tecnología no esté catalogada como información clasificada.

De hecho, mucha gente cree que las mujeres que protestaron contra la presencia de misiles teledirigidos en Greenham Common fueron víctimas de radiaciones electromagnéticas emitidas a través de armas de energía dirigida con una frecuencia de gigahercios, y que sus síntomas, entre los cuales se encuentra el cáncer, coinciden con los efectos de dicha radiación, como se señala en un informe del Dr. Robert Becker, quien constantemente nos advierte de los riesgos que entraña la radiación electromagnética.

El estudio de Allen Frey da a entender que debemos considerar los efectos de la radiación como un peligro muy serio, ya que esta provoca un aumento de la permeabilidad de la barrera hematoencefálica y el debilitamiento de las defensas del sistema nervioso central, que son cruciales en la lucha contra las toxinas (Becker, 1985, p. 286).

El Dr. Becker ha escrito acerca de la resonancia magnética nuclear y de su utilización en una herramienta habitual en la medicina que se conoce como imagen por resonancia magnética o IRM. El eflujo de calcio es el resultado de la resonancia ciclotrónica, y esta última se puede explicar así: si una partícula con carga o ion se expone a un campo magnético continuo en el espacio, comenzará a entrar en un movimiento circular u orbital, en ángulo recto con respecto al campo magnético aplicado. La velocidad con la que orbita estará determinada por la relación entre la carga y la masa de la partícula y por la fuerza del campo magnético (Becker, 1990, p.235).

Lo que esto puede significar en una agresión a gran escala por medio de la combinación de la energía basada en el radar y la resonancia nuclear está fuera del alcance de quien escribe estas líneas, pero merecería la pena que los físicos considerasen muy seriamente la posibilidad de evaluar cómo podría utilizarse contra los seres humanos.

Sin embargo, en el ámbito de los profesionales de la medicina, quien esto escribe no ha encontrado hasta ahora un solo neurocientífico, neurólogo o psiquiatra, ni, por supuesto, un médico de atención primaria, que sea capaz de reconocer siquiera la posibilidad de que la manipulación tecnológica del sistema nervioso constituya un problema que merezca su interés profesional.

Precisamente esa ha sido la respuesta que han dado algunos de los abogados más eminentes de Inglaterra, como era de esperar, dado que la información sobre esta tecnología no está a su alcance. Calificarían de trastornado a cualquiera que intentase hablarles de hostigamiento mental, pasando por alto el crimen que se está cometiendo.

El objetivo de este artículo no es esbozar la historia completa y el desarrollo de la tecnología del control de la mente. Estas importantísimas tareas, que tienen que realizarse en circunstancias extremadamente difíciles, han sido abordadas con claridad y coraje por otras personas, que viven con un dolor y una amenaza constantes y, lo que es peor, que reciben calificativos despectivos. Se puede acceder fácilmente a sus obras a través de las referencias de Internet que aparecen al final de este artículo. El lector hallará un resumen bien documentado de la evolución histórica de la tecnología electromagnética en la cronología por fechas del desarrollo del arma electromagnética escrita por Cheryl Welsh, presidenta de Citizens against Human Rights Abuse [Ciudadanos contra la violación de los derechos humanos] (Welsh 1997; 2001). Hay por lo menos un millar y medio de personas de todo el mundo que aseguran que están en el punto de mira. Mojmir Babacek, que ahora tiene su domicilio en la República Checa, donde nació, después de haber residido en los Estados Unidos durante ocho años en la década de los ochenta, ha realizado un análisis esmeradamente minucioso de esta tecnología, y actualmente sigue investigando (Babacek 1998, 2002).

Lo que aquí nos interesa es reforzar, de la manera más firme posible, los siguientes puntos:

i) La necesidad urgente de que se tenga conciencia de esta forma de violar los derechos humanos y de la amenaza que supone para la democracia.

ii) El estudio de las razones por las que las personas se niegan a aceptar la existencia de este tipo de amenazas.

iii) La idea de que es necesario apelar urgentemente a la inteligencia, a la imaginación y a la información (por no hablar de la compasión) a la hora de ocuparse de las víctimas que sufren persecución a través de esta tecnología.

iv) La necesidad de advertir a una sociedad dormida de la amenaza inminente que para su libertad supone el hecho de que las armas potencialmente letales del tipo que estamos describiendo se encuentren con toda probabilidad bajo el control de quienes llevan a cabo operaciones encubiertas y fascistas.

Hay que destacar que en la actualidad las víctimas ni siquiera tienen la posibilidad de obtener la atención médica necesaria para paliar los efectos de la radiación con la que se las ataca. Privadas del respeto de los demás por creer que son utilizadas como conejillos de indias humanos, empujadas al suicidio ante la descomposición de sus vidas, son tratadas como dementes, y en el mejor de los casos se las considera ‘casos tristes’.

Dado que la presencia permanente de «otro ser» en la propia mente y en el propio cuerpo es, por definición, un acto de crueldad intolerable, las personas que se ven obligadas a soportarlo pero que se niegan a dejarse vencer no tienen otra opción que la de convertirse en activistas, consumiéndose en la lucha contra tales atrocidades y dirigiendo todas sus energías a alertar e informar al conjunto de la población de cómo actúan las fuerzas del mal en la sociedad, que son cosas que la gente no quiere ni oír ni saber.

B) Llegados a este punto, es necesario resumir brevemente algunas, o más bien las poquísimas tentativas de comprobar la existencia de esta tecnología y de los peligros inherentes a ella, llevados a cabo por funcionarios públicos:

a) En enero de 1998, una reunión pública anual del Comité Nacional de Bioética francés tuvo lugar en París. Su presidente, Jean-Pierre Changeux, neurocientífico del Instituto Pasteur de París, dijo en la reunión que «los avances en la obtención de imágenes del cerebro hacen que la invasión de la privacidad adquiera un alcance enorme. Aunque el instrumental necesario sigue siendo altamente especializado, su uso se generalizará y podrá utilizarse a distancia. Esto abrirá las puertas a abusos tales como la invasión de la libertad personal, el control de la conducta y el lavado de cerebro. Estos abusos, lejos de pertenecer a la ciencia ficción, constituyen un grave riesgo para la sociedad» ( «Nature», Vol 391, 1998).

b) En enero de 1999, el Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que solicitaba que «una convención internacional presente la prohibición mundial total del desarrollo y del despliegue de aquellas armas que hagan posible cualquier forma de manipulación de los seres humanos. Tenemos la convicción de que esta prohibición no se podrá llevar a cabo sin la presión global que la población bien informada pueda ejercer sobre los gobiernos. Nuestro principal objetivo es que todos los ciudadanos entiendan la amenaza real que estas armas representan para los derechos humanos y para la democracia, así como presionar a los gobiernos y parlamentos de todo el mundo para que aprueben leyes que prohíban el uso de estos dispositivos tanto por parte de los gobiernos y de las organizaciones privadas como por parte de los individuos» (Plenos / Parlamento Europeo, 1999).

c) En octubre de 2001, el congresista estadounidense Dennis J. Kucinich presentó un proyecto de ley en la Cámara de Representantes que, según se esperaba, iba a ser extremadamente importante en la lucha por dar a conocer y detener la experimentación en el campo del control mental psicoelectrónico con ciudadanos involuntarios que no han dado su consentimiento. El proyecto de ley fue remitido a la Comisión Científica y además a la Comisión de Servicios Armados y Relaciones Internacionales. En el proyecto original se solicitaba la prohibición de las «armas exóticas», entre las cuales se citaban las armas electrónicas, psicotrónicas o de información, las estelas químicas, los rayos de partículas, el plasma, la radiación electromagnética, la radiación de frecuencia extremadamente baja (ELF) o de frecuencia ultra baja (ULF), y las tecnologías de control mental. A pesar de que se incluyó la prohibición de estacionar armas en el espacio y de utilizar armas para destruir o dañar objetos en el espacio, en el proyecto de ley revisado no se menciona ninguna de las armas invasivas de la mente anteriormente citadas, ni tampoco se menciona la utilización de satélites, de radares, o de otras tecnologías basadas en la energía, para desplegar o desarrollar armas que permitan atacar las mentes de los seres humanos (Ley de Preservación del Espacio de 2002).

C) Si repasamos el desarrollo de la tecnología invasiva de la mente podemos destacar los siguientes logros:

En 1969 el Dr. José Delgado, un psicólogo de Yale, publicó el libro titulado El control físico de la mente: hacia una sociedad psicocivilizada [Physical Control of the Mind: Towards a Psychocivilized Society], en el que básicamente explicaba con demostraciones prácticas cómo, por medio de la estimulación eléctrica de un cerebro cuyas relaciones entre los diferentes puntos y las actividades, funciones y sensaciones ya se habían descrito en mapas, tanto el ritmo de la respiración como el ritmo cardíaco podían modificarse, así como el funcionamiento de la mayor parte de las vísceras, y la secreción de la vesícula biliar. El fruncimiento del ceño, la apertura y el cierre de los párpados y de la boca, la masticación, el bostezo, el sueño, los mareos y las convulsiones epilépticas se podían inducir en personas sanas. La intensidad de los sentimientos se podía controlar girando el mando que regulaba la intensidad de la corriente eléctrica. Al final de su libro, el autor afirmaba que tenía la esperanza de que el nuevo poder estaría limitado a los científicos o a alguna élite benéfica por el bien de una «sociedad psicocivilizada«.

En la década de 1980 se desarrolló el neuromagnetómetro, que funcionaba como una antena y podía monitorizar las ondas que emite el cerebro. (En los años setenta los científicos habían descubierto que los pulsos electromagnéticos permitían estimular el cerebro a través del cráneo y otros tejidos, de modo que ya no sería necesario implantar electrodos en el cerebro). La antena, conectada a la computadora, podía localizar los puntos del cerebro en los que se desarrollan las actividades cerebrales. El conjunto recibió el nombre de magnetoencefalógrafo.

En enero de 2000, el US News and World Report publicó unas declaraciones del Dr. John D. Norseen, un neuroingeniero que trabajaba para la Lockheed Martin, en las que afirmaba que tenía la esperanza de convertir el electrohipnomentaláfono, una máquina que podía leer la mente, en una realidad científica. El Dr. Norseen, expiloto de la Marina, decía que su interés por el cerebro provenía de la lectura de un libro soviético de los años 80 en el que se aseguraba que la investigación de la mente revolucionaría al ejército y a la sociedad en general. Mediante el desciframiento de la actividad eléctrica del cerebro, las pulsaciones electromagnéticas podrían desencadenar la liberación de los propios transmisores del cerebro para combatir la enfermedad, para mejorar el aprendizaje, o para modificar las imágenes visuales de la mente, creando una «realidad sintética». A través de este proceso de biofusión (Lockheed Martin, 2000), la información se guardaría en una base de datos y se crearía un modelo compuesto del cerebro. Al observar un escáner cerebral obtenido por medio de un equipo de IRMf (imagen por resonancia magnética funcional), los científicos podrían decir lo que la persona estaba haciendo en el momento de la grabación (por ejemplo, si estaba leyendo o escribiendo) o reconocer emociones que van desde el amor hasta el odio. «Si esta investigación da resultado», declaraba Norseen, «se podrá empezar a manipular lo que un individuo está pensando incluso antes de que lo sepa». Pero Norseen se definía como «agnóstico» en cuanto a las repercusiones morales, y decía que él no era un científico loco, sino solo un científico entregado a su labor. «La ética no me preocupa», decía, «pero a otros debería preocuparles».

El siguiente gran paso fue, al parecer, algo que podríamos definir como una neurocomputadora pero que no tiene por qué parecerse a un ordenador portátil, sino que puede reducirse al tamaño que más convenga en cada ocasión, como por ejemplo el de un pequeño teléfono móvil. Fruto de un gran avance en la explotación de los fenómenos psíquicos, la neurocomputadora puede seguir el modelo de la actividad neuropsíquica del cerebro, es decir, que funciona como un sistema desequilibrado e inestable de neurotransmisores y de neuronas que interactúan, todo ello gracias a la creación de una copia de un cerebro vivo elegido al azar y sobre el que […] se ha trabajado siguiendo un plan.

Tras recibir una carta de la autora de estas líneas sobre la viabilidad del proyecto de una máquina que se basara en la posibilidad de recopilar las ondas electromagnéticas que emanan del cerebro para transmitirlas a otro cerebro que podría leer los pensamientos de una persona, o bien que utilizara el mismo procedimiento para imponer los pensamientos de otra persona en un cerebro y de esta manera dirigir sus acciones, la compañía IBM respondió, de manera inequívoca y a nivel ejecutivo, que no existía la tecnología necesaria para crear una computadora de ese tipo en un futuro inmediato.

Esto no concuerda con la publicación de una patente, la número 03951134, en la página de Internet de la Red de Propiedad Intelectual de IBM [IBM Intellectual Property Network], que corresponde a un dispositivo, descrito en la patente, capaz de captar a distancia las ondas cerebrales de una persona, procesarlas a través de una computadora y emitir ondas de corrección que cambiarán las ondas cerebrales originales.

Tampoco obtuvieron respuesta ninguna de las cuatro cartas similares dirigidas a cada uno de los cuatro altos ejecutivos de Apple Inc., cuatro cartas individuales dirigidas a su atención personal. Entre ellos se encontraba el exvicepresidente de los Estados Unidos, el Sr. Al Gore, recientemente elegido miembro del Consejo de Administración de Apple.

Fue tal el número de personas lo suficientemente preocupadas por los testimonios de las víctimas de maltrato a través del control mental que en 2002 se celebró el Foro de Ginebra como una iniciativa conjunta de la Oficina de las Naciones Unidas para los Cuáqueros (Ginebra), el Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme; el Comité Internacional de la Cruz Roja; el Observatorio de los Derechos Humanos [Human Rights Watch], de EE.UU.; Ciudadanos contra la violación de los derechos humanos [Citizens against Human Rights Abuses o CAHRA], y el Programa de Estudios Estratégicos y de Seguridad Internacional, que estuvo representado por el catedrático y profesor titular del Departamento de Estudios para la Paz de la Universidad de Bradford.

En Inglaterra, el 25 de mayo de 1995, el periódico británico The Guardian publicó un artículo basado en un informe de Nic Lewer, el investigador para la paz de la Universidad de Bradford, en el que se enumeraban «más de 30 campos de investigación distintos sobre ‘las armas de la nueva era’…», y parte del trabajo de investigación presenta un aspecto aún menos racional. Según Lewer, existen programas de ‘pulsos de rayos de microondas’ que sirven para destruir los dispostivos electrónicos del enemigo, y otros programas aparte de haces de sonido de muy baja frecuencia que se utilizan para inducir el vómito, espasmos intestinales, convulsiones epilépticas y también para hacer que una construcción se venga abajo. Por otra parte, en el artículo se afirma que «existen programas de ‘control mental’ a través del uso de mensajes de psico-corrección transmitidos por medio de sonidos subliminales y estímulos visuales. También hay un programa de ‘armas psicotrónicas’ (que aparentemente consiste en la proyección de la conciencia a otros lugares) y otro que consiste en el uso de proyecciones holográficas para difundir propaganda y desinformación» (Welsh, Timeline). Aparte de esta notable excepción, es difícil encontrar una declaración pública acerca de este problema en el Reino Unido.

Por desgracia, el problema de la credulidad no se acaba necesariamente con la mención frecuente, ya que, en los Estados Unidos, a pesar del número de casos constatados, todavía no hay suficiente voluntad pública para protestar enérgicamente no solo contra lo que ya está sucediendo, sino contra lo que va a pasar si esto no se controla.

Parece ser que la administración cree que es necesario y justificable, en interés de la seguridad nacional, hacer sacrificios humanos experimentales y lamentar que haya víctimas porque así solo habrá daños colaterales; es decir, que sufrir estas pérdidas es preferible a tener que participar en un conflicto o en una guerra.

Por supuesto, esto es totalmente incompatible con la afirmación de que estamos en una nación democrática que respeta los valores de la vida humana y la democracia, y una administración que instruye a sus funcionarios en la práctica de una tortura tan cruel debe ser condenada por completo como incivilizada e hipócrita.

D) La incredulidad como mecanismo de defensa

Ante la incredulidad generalizada acerca del control mental, puede resultar interesante analizar los fundamentos de los mecanismos que se emplean para mantener dicha incredulidad:

i) En los años sesenta, los disidentes soviéticos recibieron importantes muestras de solidaridad y de indignación por parte de las democracias occidentales a causa del tratamiento que estaban recibiendo, sobre todo por el abuso de los métodos psiquiátricos de tortura a que eran sometidos. Hay que destacar que al parecer somos capaces de dejarnos llevar por la credulidad y de expresar sentimientos de apoyo procedentes de nuestra indignación cuando podemos identificarnos con aquellas víctimas que comparten y apoyan nuestra propio sistema de valores, o que nos lo refuerzan, como en este caso histórico en concreto, ya que se habían opuesto a un sistema político que en aquella época también era una amenaza para nosotros.

Desde un punto de vista psicológico, también es importante fijarse en que el apoyo desde una distancia segura, así como el beneficio que para la psique supone atacar a un «mal padre» que se encuentra lejos (en este caso, las autoridades soviéticas), no representa una amenaza para el propio sistema interno; de hecho, alivia la presión interna. Por otra parte, el reconocimiento y la denuncia de un crimen similar suponen para nosotros una exigencia psíquica mucho mayor cuando hacen que entremos en conflicto con nuestro propio entorno, nuestra propia seguridad o nuestra propia realidad. La defensa contra la desilusión sirve para suprimir la paranoia que supondría el hecho de que nuestra figura paterna (el presidente, el primer ministro, nuestros gobiernos) podrían no ser lo que les gustaría que creyéramos que son.

ii) La necesidad de depositar la envidia destructiva y los malos sentimientos en otro sitio, debido a la incapacidad del ego para reconocer que los posee, refuerza la utilidad de personas o grupos que servirán para contener esos sentimientos repudiados y proyectados que despiertan ansiedades paranoides. El concepto de invasión de la mente supone un golpe en el corazón mismo de la ansiedad paranoide y hace que sea necesario un esfuerzo considerable para desalojarlo de la psique. La identificación inconsciente de la locura con la porquería o con los excrementos es un aspecto importante de la agresión anal, lo que provoca la identificación proyectiva como defensa.

iii) Abrirse a la creencia de que una persona está sufriendo la experiencia de ser invadida mental y físicamente por un manipulador que no se ve requiere un gran esfuerzo por parte del propio yo para dominar el terror.

iv) La defensa frente a lo desconocido encuentra su expresión en la división entre la teoría y la práctica; entre el científico como innovador y la sociedad que puede tomar decisiones morales sobre sus invenciones; entre la realidad y la ciencia ficción, la última de las cuales puede presentar retos absurdos a la imaginación sin que exista una gran amenaza, puesto que sirve para reforzar la distancia de lo real.

v) La identificación con el agresor: las fantasías sádicas, conscientes e inconscientes, que se transfieren al agresor y que se identifican con él, contribuyen a reprimir el miedo, la pasividad, o el temor al castigo. Este mecanismo actúa para negarle credibilidad a la víctima, que representa la debilidad. Esta es una de las características que comparten las sectas satánicas.

vi) La tradición humanista liberal que niega la peor de las capacidades destructivas del hombre en un intento por mantener la creencia en la gran continuidad de la tradición cultural y científica, así como el miedo, a lo largo del desarrollo de una persona, de no seguir ‘el progreso’, pueden producir el efecto psíquico del giro hacia el lado contrario para protegerse de los sentimientos agresivos. Esto se convierte entonces en la celebración exagerada de la «novedad» como afirmación del genio humano, que en última instancia se habrá hecho por el bien de la humanidad, y que se opone a las voces que advierten sobre los avances científicos, que serán calificadas de pesimistas, oscurantistas, contrarias al progreso y luditas [los artesanos ingleses que en el s. XIX se opusieron a los telares industriales]. La adhesión estricta a esta posición liberal puede actuar como una compensación excesiva frente al miedo a la pérdida de los bienes culturales e intelectuales.

vii) La negación por sublimación también se emplea para ignorar los aspectos perjudiciales de la tecnología. Lo que puede ser perjudicial para la libertad y el bien de la sociedad puede enmascararse y ocultarse a través de la distribución de las entretenidas innovaciones. La tecnología, que permite introducir una cámara a través de nuestro intestino con fines médicos, también se utiliza para limitar nuestra libertad con la vigilancia. Los proveedores de tecnología innovadora vienen con todo tipo de dispositivos nuevos que desvían, entretienen y alimentan las necesidades adquisitivas de los compradores insaciables, reforzando además la economía. Al lema de «Todo está a la última en Kansas City» solo se le ve el lado negativo cuando la experiencia individual (por ejemplo, con los implantes mamarios que estallan) le quita el recubrimiento de oro al pan de jengibre. Dentro de todas las innovaciones para el mal (es decir, aquello que ha sido diseñado para dañar y destruir), se puede promover alguna «buena» (es decir, para la diversión y el entretenimiento de la población) con fines de lucro o para contentar a las masas.

viii) La NASA va a enviar una nave espacial a Marte, o eso nos cuentan. Tienen planeado recorrer la superficie de Marte en busca de señales de agua y de vida, y no oímos voces que discrepen sobre la viabilidad de este proyecto.

¿Por qué motivo, cuando una persona considera que le están alterando la mente y que la están acosando a través de un procedimiento invisible de tecnología invasiva, no podemos armarnos del valor suficiente para creerla? ¿Tal vez porque el horror que supone la identificación empática necesaria hace que bajemos las persianas? En cambio, la experiencia compartida del lanzamiento de objetos al espacio trae consigo las posibilidades del poder compartido o el alivio que resuena en el inconsciente ante una proyección o evacuación masiva, una experiencia compartida que es bendecida en nombre de la capacidad científica extraordinaria del ser humano.

ix) El deseo de ‘no ser engañado’, de que a uno no lo tomen por tonto, produce uno de los mecanismos de defensa contra la credulidad más comunes y poderosos.

E) El poder, la paranoia y los gobiernos dañinos

La capacidad de ser el poseedor de un gran poder sin sucumbir a las presiones de las psicosis narcisistas latentes es un asunto importante que apenas ha sido tenido en cuenta. El efecto de poseer el poder y la expectativa y la necesidad de que los demás crean que uno es capaz de mantenerlo, cuando no de ejercerlo, estimula la omnipotencia del pensamiento. A raíz de esto, puede establecerse una sobrevaloración narcisista de los propios procesos mentales del individuo. Al intentar mantener la compostura como poseedor, titular y ejecutor del poder, él (o ella, desde luego) también puede someterse a un proceso de división que le permite, junto a otros, dar un testimonio embelesado de sí mismo en este papel ilustre. Esto puede significar que el puesto de la autoridad se encuentre vacante, al menos de vez en cuando. El proceso de división entre el yo de la experiencia y el yo de la percepción le permite al líder poderoso alternar la percepción que tiene de sí mismo desde dentro y desde fuera, y a veces al lado, de sí mismo. Con el refuerzo de sí mismo que obtiene por parte de otros, que hace que él mismo sea su propio objeto narcisista, el análisis de la realidad se ve limitado. En este último aspecto, tiene mucho en común con la otra figura poderosa de nuestra época, la estrella de cine. O con aquellos que, en palabras de Freud, están «arruinados por el éxito».

En un mundo que se enfrenta a una desilusión creciente debido al abismo existente entre las plataformas públicas en las que los gobiernos son elegidos y las contingencias y el pragmatismo que hacen que se conserven estrategias de defensa e inversiones económicas, el papel que juegan el ejército y los servicios de inteligencia, con sus respectivas armas de dominación y de infiltración encubierta, es cada vez más alarmante.

Exentos de responsabilidad ante el público, protegidos del desenmascaramiento y del enjuiciamiento por su inmunidad, autorizados para mentir y también para matar, es en las manos de estos agentes donde radica una gravísima amenaza para los derechos humanos y para la libertad. Facultados para llevar a cabo agresiones por medio de experimentos con armas secretas cuya acción es indetectable, estos hombres y mujeres también son susceptibles de ser corrompidos con lucrativas ofertas de gratificación económica por parte de siniestros grupos de poder que pueden utilizar sus habilidades, su conocimiento privilegiado y su experiencia con fines francamente criminales y fascistas.

La información de que disponemos sobre el perfil psicológico de aquellos que son contratados para vigilar a los demás es limitada, pero no es difícil imaginar los efectos que puede tener en la personalidad la práctica continua de dichas actividades, permanentemente expuestas a la perversión.

Podemos llegar a hacernos una ligera idea con lo que vamos leyendo aquí y allá. En su libro de investigación sobre el control mental de la CIA, John Marks (1988) cita el comentario jocoso de un colega de la CIA (lo cual siempre revela las características de la personalidad): «Si averiguas cuál es la radiofrecuencia natural del esfínter de una persona, puedes conseguir que salga corriendo de la habitación a gran velocidad». (Una se pregunta si también le parecerá divertida la capacidad de dirigir, pongamos por caso, infrasonidos por encima de los 130 decibelios, que se dice que provocan parada cardíaca, según una víctima activista que leyó un informe destinado al parlamento ruso).

Estos funcionarios del Estado, que disponen de una libertad total, se pueden sentir eximidos del proceso de autoexamen moral, pero su trabajo debe de resultar deshumanizador tanto para el depredador como para la presa. Probablemente sea cierto que la necesidad de controlar a sus agentes sobre el terreno fuese un incentivo para desarrollar los procedimientos que se usan actualmente. También es un entrenamiento realmente embrutecedor que sirve para acosar a otras personas.

Y mientras tanto, el objetivo, la presa, tratando no solo de sobrevivir, sino de avisar desesperadamente a sus conciudadanos de lo que está sucediendo, intenta convertirse en físico cuántico, en investigador político, en detective legal, en activista, en neurólogo, en psicólogo, en fisiólogo; es decir, en su propio médico, dado que no sabe qué efectos tendrá este insólito tratamiento en su cuerpo, y mucho menos en su mente.

Siempre hay nuevos métodos por probar que pueden resultar útiles a la hora de encontrar formas de discapacitar o destruir a los adversarios: la inyección de aire en el cerebro y en los pulmones, el láser que fulmina o deja ciego, los haces de partículas, las ondas de sonar o cualquier otra combinación de energías que permita dirigir, desestabilizar o controlar.

F) La ciencia y el escepticismo

Los científicos pueden ser comprados, no solo por los gobiernos, sino también por siniestras sociedades secretas. Las universidades pueden ser financiadas por los gobiernos para que desarrollen tecnologías que tendrán un uso inhumano inaceptable. Las mismas personas que suministran estas armas (quizás científicos y académicos respetables) pueden hacer mención al lado aceptable de los descubrimientos científicos que se han llevado a cabo a través de la experimentación con personas desgraciadas a las que no se reconoce. Tras un lavado de cara, es posible que aquellos lleguen a ser aclamados por el avance que sus estudios han supuesto para la comprensión de las leyes naturales del universo. No es inverosímil que, después de haber inventado una técnica de destrucción, el innovador y pensador vaya a recoger su premio Nobel interpretando un papel distinto. Existen científicos que se han negado a seguir trabajando cuando recibieron propuestas por parte de representantes de la CIA o de la Unión Soviética, y ellos son los verdaderos héroes de la ciencia.

En la lucha por el poder, está en juego el hecho de ser los primeros en hacerse con el control de la tecnología más avanzada en el campo de la lectura de la mente y del control mental. Al igual que ocurre con la bomba nuclear, calculando con buen juicio se llegaría a la conclusión de que la propiedad común anularía la ventaja que supone la posesión, pero siempre hay una carrera por llegar a ser los primeros en poseer el medio de destrucción masiva más avanzado. La forma más conveniente es aquella que puede ser dirigida a otras personas sin que uno se contamine a sí mismo a lo largo del proceso: aquella que no se detecta y que se puede utilizar fácilmente, de una manera económica y estratégica. Seríamos tontos si descartáramos a las organizaciones secretas y únicamente viéramos amenazas en los países no democráticos y en los grupos terroristas conocidos.

Como consumidores en un mundo en el que la compra se está convirtiendo en la actividad principal de ocio, deberíamos preocuparnos por estar alertas frente a las distintas formas en que el bienestar humano puede sacrificarse para producir un nuevo dispositivo impresionante. Puede que sea un motivo de celebración para el ‘innovador’, pero que haya sido el resultado de haber establecido una llamada o una conexión con los procesos neuronales vivos de un sujeto de experimentación forzado. Si nos concienciamos de que no debemos comer huevos cocidos puestos por gallinas en batería, no deberíamos considerar moralmente irrelevante el hecho de examinar a fondo a las grandes empresas que producen ‘software’ innovador desde el punto de vista de la electrónica. También deberíamos desconfiar del origen de esa especie de tentación insípida que constituyen las agencias de contactos que se ofrecen a encontrar a nuestra pareja ideal haciendo coincidir las frecuencias cerebrales y los «biorritmos».

No sabemos lo suficiente sobre el trasfondo de dicha tecnología, y tampoco sabemos cómo evaluarla desde un punto de vista ético. No sabemos qué efectos tendrá en el futuro, dado que no se nos informa adecuadamente. Si los gobiernos persisten en ocultar el alcance de su potencial armamentístico por razones de defensa, también están sustrayéndoles a sus ciudadanos el derecho a protestar contra su utilización. Y lo más alarmante es que están dejando a sus ciudadanos desprotegidos ante la posibilidad de que estas armas caigan en manos de organizaciones despiadadas cuyas preocupaciones son exactamente lo opuesto a la democracia y a los derechos humanos.

G) Regresemos al Reino Unido

Mientras tanto, en Inglaterra, el Director del Centro de investigación en Neurociencia Cognitiva de Oxford, el profesor Colin Blakemore, quien también ha sido elegido Jefe Ejecutivo del Consejo de Investigación Médica, le ha escrito a la autora que «… no tiene conocimiento de ninguna tecnología (ni siquiera en las especulaciones más descabelladas de los neurocientíficos) que permita el análisis y la recolección de ‘datos neuronales’ a distancia» (Blakemore, 2003). Esta certeza difiere de los temores expresados por otros científicos de Rusia y de los Estados Unidos, y por supuesto de los temores del neurocientífico francés Jean-Pierre Changeux del Comité Nacional de Bioética francés, ya citado (ver página 5).

También está muy en desacuerdo con un artículo del Dr. Michael Persinger, del Laboratorio de Neurociencia del Comportamiento de la Universidad Laurentian en Sudbury, Ontario, Canadá. En el artículo titulado «Sobre la posibilidad de acceder directamente a cada cerebro humano por inducción electromagnética de algoritmos» [On the Possibility of Directly Accessing Every Human Brain by Electromagnetic Induction of Algorithms] (1995), describe las formas en que las diferencias individuales entre los cerebros humanos pueden ser superadas y llega a una conclusión acerca de las posibilidades tecnológicas de influir en una parte importante de los aproximadamente seis mil millones de personas que viven en este planeta sin que medien las modalidades sensoriales clásicas, sino a través de la generación de inducción electromagnética de algoritmos fundamentales en la atmósfera. El trabajo del Dr. Persinger es citado por el capitán John Tyler, en cuyo trabajo para los programas tanto aeroespaciales como de la Fuerza Aérea Estadounidense compara el sistema nervioso humano con un receptor de radio (1990).

Muy recientemente, el principal magacine radiofónico cultural de la BBC tuvo como invitado en su emisión semanal al eminente astrofísico y astrónomo Sir Martin Rees, quien acababa de publicar un libro titulado Nuestro siglo final [Our Final Century], en el que explica seria y razonadamente que existe un 50 % de posibilidades de que millones de personas, probablemente de un ‘país del tercer mundo’, sean aniquiladas mediante la biotecnología y el bioterrorismo en un futuro cercano, «por una emisión errónea o malintencionada». Para el autor, la devastación provendría posiblemente de pequeños grupos o sectas establecidos en los Estados Unidos, «unos cuantos individuos que disponen de la tecnología apropiada para provocar el caos absoluto». También dice que, en este siglo, la naturaleza humana ya no es una materia prima inalterable, y que tal vez deberíamos contemplar la posibilidad de que los seres humanos llevemos implantes en el cerebro.

Los otros dos invitados a la emisión estaban relacionados con Shakespeare: uno era autor teatral y el otro escribía sobre Shakespeare. La cuarta invitada era una joven que tenía un sitio web llamado «Spiked», cuyo tema central era el ataque del pánico, es decir, el ataque dirigido al pánico. Esta invitada se mostró muy contraria a lo que según ella era el pesimismo de Sir Martin, cuyas ideas básicamente minaban la confianza e inducían al pánico. Esta reacción parece tipificar un modo de gestionar la amenaza y la ansiedad, y demuestra lo difícil que resulta advertir a los demás de aquello que no quieren oír, incluso cuando quien da la voz de alarma es un hombre de la categoría académica de Martin Rees. Esta reacción de huida se vio reforzada por el presentador, quien al final de la emisión resumió el debate matinal con las siguientes palabras: «¡He aquí la moraleja! ¡Menos pánico y más Shakespeare!».

H) La nueva barbarie

Dado que el manejo de una máquina lectora de la mente capacitará al operador para tener acceso a las ideas de otra persona, tendremos que prepararnos para un nuevo orden mundial en el que las ideas estarán, por así decirlo, a disposición de cualquiera. No tengamos ninguna duda: el contenido de la mente de terceros será recogido, vaciado y revisado como suele hacerse en los mercadillos benéficos. Por ello, lo más aconsejable para los profesionales del derecho es que interpreten las leyes de propiedad intelectual con mucha prudencia para que salgan airosos y conserven algo de credibilidad. Tendremos que acostumbrarnos a la posibilidad de que reconozcamos nuestra propia obra en boca de otros.

La perspectiva del fraude a gran escala y de que otros hagan poses con nuestras prendas robadas no será muy agradable. Le expresión «mejora personal de la mente» se nos está colando por la puerta de atrás, por citar al codirector del Centro de la Libertad Cognitiva y de la Ética [Center for Cognitive Liberty and Ethics], y se está llevando a cabo por medio de la coacción mental inducida tecnológicamente, o lo que es lo mismo, la violación y el saqueo de la mente. Es de esperar que veamos, en la televisión en directo, actuaciones en las que se ha utilizado la «mejora de la mente» en lugar de la cocaína, o además de ella.

La nueva y desafiante ciencia de la neuropsiquiatría y el mapeo cerebral espera hallar muy pronto, con la ayuda de la imagen por resonancia magnética funcional (ese «nuevo juguete de marca al que los científicos le han puesto las manos encima»), la «gota para el amor» y la «gota para la culpa» (BBC Radio 4: Todo está en la mente [All in the Mind], 5 de marzo de 2003). Pronto tendremos la capacidad de solicitar que se le haga un escáner cerebral a cualquiera que presente un comportamiento que nos parezca extraño o anormal, y las vicisitudes de una vida ya no tendrán por qué molestarnos a la hora de realizar un diagnóstico.

En sus recientes Conferencias Reith para la BBC (2003), el profesor Ramachandran, el famoso neurocientífico del Instituto La Hoya de San Diego, California, nos demostró que el cerebro puede realizar cosas fascinantes. Nos habló de los trastornos de la personalidad y nos mostró cómo algunos pacientes, que han sufrido daño cerebral a causa de lesiones en la cabeza, no son capaces de reconocer a sus propias madres. Otros tienen la sensación de que están muertos. Y de hecho él ha encontrado lesiones cerebrales en estas personas. En lo que parece ser un salto enorme pero realizado sin apenas esfuerzo, el que se describe a sí mismo como «un niño en una tienda de dulces» tiene la esperanza de demostrar que todos los esquizofrénicos tienen dañado el hemisferio derecho del cerebro, lo que hace que sean incapaces de distinguir la fantasía (sic) de la realidad. Como el profesor Ramachandran habla de la esquizofrenia al mismo tiempo que de la negación de la enfermedad o agnosia, no queda claro, y sería interesante saberlo, si la persona que tiene una lesión en la cabeza se ha dado cuenta o no de que la tiene. ¿Acaso el hecho de hablarle de la lesión supone para el paciente un consuelo y la posibilidad de analizar mejor la realidad? ¿Se siente mejor cuando le dan el diagnóstico? ¿Y qué tienen que decir los psicoanalistas (y los psiquiatras) de todos los años que se han llevado tratando a pacientes que no eran conscientes en absoluto de que tenían una lesión en la cabeza? ¿Se trata de una negligencia flagrante? ¿Estábamos completamente engañados al notar una recuperación en un número importante de estas personas?

No obstante, resulta lamentable que un neurocientífico que supuestamente se interesa por el estudio de la esquizofrenia tratase de divertir a su público contando chistes sobre esquizofrénicos «que están convencidos de que la CIA les ha implantado dispositivos en el cerebro para controlar sus pensamientos y sus acciones, o bien que los marcianos los controlan» (Conferencia Reith nº 5, 2003).

Existe un nuevo deseo de concretización. La búsqueda del significado ha sido sustituida por la necesidad de pruebas irrefutables. Si no aclaran nada o no tienen sentido, entonces no tienen validez. El médico de la mente se ha convertido en cirujano. «¡Encontró un bulto del tamaño de una uva!».

I) Hacer frente al terror y al miedo a lo inexplicable

Freud creía que el estudio de aquello que resulta extraordinario sería una de las principales vías de investigación de la mente en este siglo. El miedo a lo inexplicable nos ha acompañado durante mucho tiempo. El mal de ojo, el espantoso doble y el intruso son temas que se repiten en la literatura, principalmente en el relato Quien compartió en secreto [The Secret Sharer], de Joseph Conrad, y en el cuento El Horla [Le Horla], de Maupassant. El análisis que hizo Freud de lo inexplicable lo llevó de nuevo a la vieja concepción animista del universo: «Es como si cada uno de nosotros hubiera atravesado una fase de desarrollo individual que se correspondiera con la fase animista de los hombres primitivos, y que ninguno de nosotros la hubiera atravesado sin conservar ciertos residuos y vestigios de ella que todavía son capaces de manifestarse, de manera que todo aquello que ahora nos impresiona como algo ‘inexplicable’ cumple la condición de establecer una relación con dichos residuos de la actividad mental animista existentes en nuestro interior y de darles una expresión»(Freud, 1919, p.362).

La separación del nacimiento y el miedo infantil a los «fantasmas nocturnos» también dejan huella en cada uno de nosotros. La experiencia individual de ser el único que ocupa la propia mente (el destino solitario del hombre que nunca hasta ahora se había cuestionado, y sobre el que se basa toda la historia de la educación civilizada) se ve ahora atacada de frente. Dado que el hecho de crecer es en gran medida sinónimo de aceptar la propia soledad, el esfuerzo por aliviarla es lo que nos impulsa a sentir compasión y a proteger a los demás; es la matriz del mayor de los bienes, el de la bondad humana, y es el origen de la expresión a través de la creación artística. Incluso aunque todos tengamos que vivir y morir solos, al menos podemos compartir este conocimiento a través de actos de ternura que expían nuestro estado de soledad. Cuando sufrimos una pérdida o una crisis nerviosa, la crudeza de esta soledad es demasiado evidente. Lo mejor de la constructividad social y grupal es el esfuerzo por aliviar las ansiedades psicóticas que subyacen en lo más profundo de cada uno de nosotros, y que pueden activarse bajo condiciones lo suficientemente extremas.

La entrada deliberada en la mente de otra persona por medio de la tecnología es un acto de barbarie monumental que destruye (quizás por medio de una marcación telefónica) la historia y la civilización del desarrollo mental del hombre. Es más que una violación de los derechos humanos: es la destrucción del significado. Para cualquiera que se vea obligado a pasar por el infierno de tener que vivir con un violador mental invisible, el esfuerzo por mantener la cordura supera los límites de lo tolerable. La capacidad imaginativa de una mente normal no puede abarcar el horror que ello supone. Hemos tratado de asimilar los experimentos que los nazis perpetraron en los campos de concentración. Ahora nos hallamos frente a la perspectiva de un control sistemático autorizado por hombres que, vía satélite, dan instrucciones con el fin de destruir la sociedad mientras que van a la ópera conduciendo un nuevo Jaguar o un Mercedes.

Aquí estamos hablando fundamentalmente de humillación y de pérdida de poder. Es una manifestación de rabia representada por aquellos a los que les aterra tanto la impotencia, que todos sus esfuerzos se dirigen a la castración y destrucción del aterrador rival de sus fantasías inconscientes. En este apocalipsis de la mente, la figura punitiva emerge como si saliera de las entrañas del escenario de la ópera, y esta fantasmagoría se representa a escala mundial. Estos hombres pueden estar lo suficientemente locos como para creer que están creando un «orden mundial psicocivilizado».

Para cualquiera que haya estudiado a los niños maltratados, todo esto es evocador de la recreación que el inconsciente hace de las obscenidades de los niños maltratados y maltratadores en la guardería salvaje, recreación que se ve reforzada por una vida desprovista de la capacidad para sentir empatía. Los demás seres humanos, que para ellos eran como muñecos de Action Man a los que había que desmembrar o muñecas Barbie a las que había que deshonrar obscenamente, terminan teniendo ante sus ojos una humanidad tan insignificante como los píxeles de una pantalla.

A pesar de que la penetración por la fuerza en la mente de otra persona es, por definición, obscena, una breve valoración de los efectos que describen las personas cuyas mentes han sido invadidas da fe de la naturaleza perversa de estos experimentos. Extraños ruidos son emitidos por el cuerpo, un cuerpo cuyo propietario conoce lo suficientemente bien como para darse cuenta de que la causa es externa; el aire se bombea hacia dentro y hacia fuera de los orificios como si estuvieran utilizando una bomba de bicicleta. Poco a poco el repertorio va aumentando: punzadas y espasmos en los ojos, la nariz y los labios; tics fuera de lo normal; dolores en la cabeza; zumbido en los oídos; obstrucciones en la garganta; presión sobre la vejiga y el intestino que provoca incontinencia; hormigueo en los dedos y en los pies; presión en el corazón o en la respiración; mareos; problemas oculares que dan lugar a cataratas; ojos llorosos; moqueo nasal; aceleración de los latidos del corazón y aumento de la presión en el corazón y en el pecho; afecciones respiratorias y en el pecho que conducen a la bronquitis y al deterioro de los pulmones; migrañas agudas; despertares nocturnos, a veces con un susto terrible; insomnio; niveles de estrés insoportables debidos a la pérdida de la privacidad. A la hora de hacer el diagnóstico, este conjunto variado de síntomas representa un desafío para cualquier profesional de la medicina.

Si los efectos anteriores se caracterizan por ser no letales, también existen los efectos letales en potencia, que conviene tomarse en serio, dado que la capacidad de los ultrasonidos y de los infrasonidos para provocar paros cardíacos y lesiones cerebrales, parálisis y ceguera, así como la ceguera por rayo láser, o la inducción a la asfixia mediante la modificación de las frecuencias que controlan la respiración en el cerebro, o el ataque epiléptico… todo esto y más puede estar al alcance de aquellos que desarrollan este armamento. Y los que deciden utilizarlo pueden estar sentados en un restaurante con el arma (que puede tener el aspecto de un teléfono móvil compacto) encima de la mesa, junto a la botella de vino, o bien en la piscina.

Por último, a pesar de que en este momento de la nueva historia del control mental las víctimas aún no pueden demostrar el maltrato de que son objeto, hay que decir que, con toda la información que existe sobre el desarrollo tecnológico, desde luego lo que no pueden hacer aquellos que tratan de evitar las demandas es desmentirlas. Si esperamos a que los efectos se generalicen será demasiado tarde.

Por estas y otras razones que este hemos intentado abordar en este artículo, pedimos que se reconozca la existencia de dicha tecnología a nivel nacional e internacional. Los políticos, los científicos y los neurólogos, los neurocientíficos, los físicos y los profesionales del derecho deben, sin más demora, exigir un debate público sobre la existencia y la utilización de la tecnología psicotrónica, así como la desclasificación de la información sobre este tipo de dispositivos con los que se maltrata a personas indefensas, dispositivos que constituyen una amenaza para la libertad democrática.

El testimonio de las víctimas de este tipo de maltrato debe hacerse público, y el uso de las armas psicoelectrónicas debe considerarse ilegal y criminal.

Hay que ayudar a los profesionales de la medicina a reconocer los síntomas de control mental y de maltrato psicotrónico, y la información sobre la utilización de estas armas debe ser desclasificada de modo que este maltrato pueda verse como lo que es, y no se siga interpretando de manera automática como un indicio de enfermedad mental.

Si, en la situación actual de confusión e inseguridad acerca de la existencia o no de armas de destrucción masiva, deducimos que el hecho de que no se localicen, sea o no cierta su existencia, por lo general hace que nos sintamos satisfechos de nosotros mismos, entonces si llegamos a la conclusión de que un régimen de vigilancia extrema es un síntoma de paranoia estaremos colaborando con las fuerzas que operan en la oscuridad.

Porque puede que se estén desarrollando otras armas de destrucción masiva y no tan lejos de casa; armas que, por ser aún más difíciles de localizar, funcionan de forma invisible, sin obstáculos, sin que nos enteremos de que están entre nosotros, usando a los seres humanos como bancos de pruebas. Al igual que ocurre con la percepción extrasensorial, las técnicas que se utilizan con los seres humanos no son perceptibles si se utilizan sistemas de detección convencionales. Es probable que las señales que se utilizan pertenezcan a una física desconocida por aquellos científicos que carecen del más alto nivel de autorización para tener acceso a documentos clasificados. Hacer caso omiso del testimonio de las víctimas es negar, tal vez con resultados catastróficos, la única prueba que de otro modo podría conducir a los defensores de la libertad a ser conscientes del desarrollo de una nueva técnica de destrucción terrible. Estas siniestras fuerzas ocultas que manipulan por igual a los grupos terroristas y a los gobiernos bien pueden estar muy agradecidas tanto por el hecho de que los profesionales se burlen de las víctimas, como por el desconocimiento del público.

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Carole Smith es una psicoanalista británica. En los últimos años ha criticado públicamente la experimentación con dispositivos invasivos llevada a cabo por los gobiernos sobre ciudadanos que no han dado su consentimiento, experimentación que tiene el objetivo de desarrollar métodos estatales de control.

Carole Smith
E-mail: rockpool@dircon.co.uk

La fuente original de este artículo es la Revista de Estudios Psicosociales, 2003.

Copyright © Carole Smith , Revista de Estudios psicosociales, 2003. 2007

Artículo traducido por Conrad R.

Fotografía: Cottonbro

Nota: Este enlace conduce a una serie de artículos que versan sobre el control externo de la mente humana.